Romance entre dos porterías

FC United of ManchesterStalybridge no es excesivamente grande. Tendrá alrededor de 20.000 habitantes. Para que se hagan una idea, está más al norte latitudinalmente que Berlín y estamos en mitad de enero. Así que sí, ha nevado. Supongo que para los vecinos de Stalybridge que esté nevando en pleno enero es normal, pero a mí me parece extraordinario. Hace del viaje, del partido que voy a presenciar, algo más épico si cabe. ¿Cómo diablos explicar que uno, de viaje a Manchester, acabe un domingo al mediodía en una localidad 15 kilómetros al este de la ciudad para ver un partido del séptimo nivel del fútbol inglés?

Nos dirigimos a Bower Fold, uno de los estadios que el FC United of Manchester utiliza temporalmente como local, a la espera de que el añorado Broadhurst Park, el que será su estadio propio, esté terminado. Un estadio que estará financiado en una quinta parte de su presupuesto por los aficionados. Dato significativo para empezar a comprender lo que significa este equipo.

Llegar hasta allí desde Manchester requiere coger un tren, y luego un autobús que finalmente te deja junto al estadio. Compartimos viaje con un grupo de chavales seguidores del Nantswich Town, el equipo rival esta jornada. Ya en la estación comienzan a entonar cánticos, cerveza en mano [Recordatorio: séptimo nivel del fútbol inglés, equivalente en España a una Tercera regional]. Es entonces cuando la frase que leíste esa mañana en el Museo Nacional del Fútbol, atribuida a Arsene Wenger, cobra todo su sentido:

Arsene Wenger

«La primera vez que llegué a Inglaterra, me dije sin dudarlo: ‘El fútbol se creó aquí», A. Wenger.

Mi afinidad por el FC United viene ya de lejos. Las razones que motivaron el nacimiento del club, perfectamente plasmadas en el reportaje de Informe Robinson [merece la pena para conocer los orígenes], me despiertan una simpatía especial. Sin embargo, la estampa que uno contempla cuando llega a Bower Fold, una hora antes del encuentro, supone un flechazo definitivo. La nieve que cubre el césped pone en peligro la disputa del partido, pero un grupo de aficionados se afanan en retirarla con palas y escobas, y hacen mínimamente practicable el terreno de juego. Integrantes del club reparten bebidas calientes para combatir el frío de los voluntarios. Tras el trabajo a marchas forzadas y el calentamiento de los jugadores parece que todo sigue su transcurso. Le toca al árbtiro saltar al terreno. Mira a las gradas y dedica un expresivo aplauso a la afición de los ‘Red Rebels’. El partido se disputará gracias a ellos. Demasiado genuino para no sucumbir a estos encantos.

Da igual lo que pase durante los 90 minutos. El FC United acaba de sentenciar el partido antes del pitido inicial. Da igual que el dorsal 11 del Nanstwich, que está volviendo locos a los locales, se saque un disparo seco desde la frontal del área que ponga el 0-1 en el marcador y enmudezca momentáneamente las gargantas de los rebeldes rojos en los primeros compases del partido. Da igual que las incursiones de Jerome Wright y Shelton Payne por la banda izquierda, la más activa del FC, no fructifiquen. Se respira una sensación de tranquilidad, como si todos supieran que tarde o temprano el equipo se verá inspirado y espoleado por la actitud de sus aficionados en los minutos previos.

Tras el pertinente bocadillo del descanso [¿acaso hay algún lugar donde sepa mejor un bocadillo?] el embrujo, la magia, comienza a brotar. Los seguidores más animados, los que están poniendo la banda sonora a este partido, cambian de portería. Hay que dar aliento y empujar a los jugadores hacia la meta rival. Los neófitos quizá no puedan entenderlo, pero hay goles que se marcan desde fuera del campo.

En el minuto 68 se produce un triple cambio, y tan solo dos minutos después Tom Greaves, que acaba de entrar, materializa el empate en una demostración de fe. Presiona al defensa central hasta que su despeje rebota en el delantero y termina rebasando al portero, besando la red. La perseverancia, el gol hecho metáfora.

Los que ponen la música se entonan. Se repite hasta la saciedad el ‘That’s the way, I like it‘, versionando la mítica canción de KC and the Sunshine Band, y los cánticos que no se olvidan de los Glazer, odiados multimillonarios y artífices indirectos de lo que contemplan mis ojos.

Así es como te sientes al ser del FC, así es como te sientes al estar en casa. Así es como te sientes cuando no vendes tu trasero a un gnomo, trasero a un gnomo, trasero a un gnomo…

Y entonces, en el minuto 90, Shelton Payne hace estallar Bower Fold. Se interna por enésima vez desde la izquierda, y ya dentro del área, sirve en bandeja el gol a Craig Linfield, que tan sólo tiene que acompañar la pelota para que se refugie en la portería. Las bufandas se agitan [la mía también, esa que el tipo que me la vende asegura que me resguardará del frío al que no estoy acostumbrado] y el fútbol recompensa la ilusión que los aficionados del FC vuelcan en su equipo y en este deporte. Es una justicia poética, futbolística.

De camino a la parada de autobús un aficionado nos detiene. Por alguna extraña razón ha percibido que no somos de allí. Se fascina por nuestra procedencia, y nos cuenta que uno de los jugadores tiene cierta relación familiar con España. Nos pide perdón por el juego desplegado, y nos asegura que no es el que les caracteriza. ‘El campo tampoco estaba para mucho más’, esgrime este bonachón de mofletes colorados en defensa de su equipo.

Es el momento de desandar el camino. El frío, combatido en la grada con una manta, congela los pies y hasta las ideas. Pero ya en el bus, recuperando la temperatura, empiezo a asimilar lo vivido. La autenticidad y la pasión de unos aficionados por sus colores. Unos aficionados que sintieron necesario preservar los valores originarios del Manchester United, que fue vendido al mejor postor. Los coches colapsan la estrecha carretera. Los 1934 ‘rebeldes rojos’ que estuvieron en Bower Fold emprenden el camino de regreso a casa, orgullosos por lo que viven cada fin de semana, y contentos por los sufridos tres puntos que suman.

Y es en ese momento cuando mi pregunta queda respondida. He acabado en Stalybridge, ese lugar nevado y perdido al este de Manchester, viendo un partido del séptimo nivel del fútbol inglés porque las historias de amor, aunque cueste creerlo, también se pueden escribir entre dos porterías.

Deja un comentario